Por Teófilo Cañas Nicolás
Es un poco rincón apartado
y es un poco presente decayendo,
es una charca de agua limpia
en el desierto de los sueños
son canas ensortijadas las que a modo de cabello
le hacen respetuoso, temerario, quizás fiero.
Es mi pueblo.
Se va durmiendo la tarde y con ella se va el día hacia un ocaso amarillento color sangre, se oye algún quejido que otro del ganado protestando las doce horas que lleva enganchado al trillo, girando, girando, girando…, alrededor de una polvorienta parva de centeno.
Bajo una frente surcada por el arado de los años, y unos ojos escondidos en las cuencas de la desconfianza, una boca sin expresión ha comenzado a silbar una cancioncilla alegre que corean cientos de pájaros que buscan una rama que les haga las veces de lecho en el nocturno estival.
La torre de la iglesia, como un caballero protector se va izando poco a poco, hasta ponerse de puntillas con el último rayo de sol.
Mujeres del siglo pasado recogen sus aburridas labores y se ocultan en sus casas dejando la calle un poco más vacía y monótona.
Un río de chiquillos y bicicletas irrumpen por una y otra callejuela con un griterío ensordecedor que las madres reprenden sin querer ser oídas por los traviesos.
Y entre polvo de hacina, carros de llanta y garios viejos, la sirena de la fábrica, anuncia la hora exacta, la de la recogida.
Oscurece. La lechuza se hace presente en el campanario y los niños se asustan.
Ha finalizado un monótono día del monótono verano. Mi pueblo duerme con prisa para comenzar otra jornada.
Ya es un poco más viejo, tiene una cana más. Se le ha perdido un poco de respeto.
Yo soy sueño
Madrid, 1978
Por Teófilo Cañas Nicolás
